Historias impersonales.

Historias impersonales.

La vigilancia institucional no trata de exponernos como criminales, sino de limitar nuestras oportunidades en la vida diaria.

El siguiente texto es una traducción del ensayo publicado en la revista «The New Inquiry» y escrito por su editor ejecutivo Rob Horning. En esta larga elaboración (cuya lectura toma de 20 minutos a media hora), Horning desmenuza el trabajo de Mark Andrejevic titulado «Infoglut», editado por Routledge. En este recorrido, surgen cuestionamientos sobre el poder (y la mediación), la construcción de identidad y las apariencias en el momento histórico actual.

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“Big Data”: tratamiento y análisis de grandes bancos de información que es imposible procesar mediante las herramientas convencionales.

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Historias impersonales.

El “Big Data” espera liberarnos del trabajo de autoconstrucción y justificar la vigilancia masiva durante el proceso.

Dado que ahora conocemos a la NSA, Google, Verizon, Acxiom y los demás instrumentos que componen la maquinaria de vigilancia para conformar el “Big Data”, parece natural que encontremos la materialización de la muy anticipada realidad ‘Big Brother’. Nos ha llevado a un miedo reconocible, tranquilizante por su familiaridad, pero que es también engañoso. Si el más reciente libro del catedrático Mark Andrejevic, «Infoglut: Cómo Demasiada Información Está Cambiando La Forma En Que Pensamos Y Conocemos», está en lo correcto, la apariencia abierta y explícita de ‘Big Brother’ sirve únicamente para disimular el posiblemente más problemático hecho de su indiferencia.

No se trata de decir que no estamos siendo vigilados. La vigilancia se ha convertido en algo tan minucioso como la tecnología le ha permitido ser, después de que los impedimentos legales creados para limitarla en años anteriores se han vuelto obsoletos e irrelevantes. Luego de que muchos se hubieran percatado del peligro de la vigilancia por la forma en que se realiza —al compactar la tecnología en teléfonos inteligentes—, tendemos a imaginar que el problema radica en que la vigilancia nos señala como personas y nos expone a la multitud. La vigilancia está concebida como una especie de voyerismo panóptico que nos selecciona para someternos a un escrutinio injusto y que nos exige adoptar un conformismo superficial para camuflarnos. Juega con la forma en que nos preocupamos por nuestra reputación personal.

Pero Andrejevic explica que en una era de vigilancia masiva, la maquinaria de ésta no se interesa en nuestras historias personales. En su lugar, se interesa en definir perfiles estadísticos más amplios. La vigilancia masiva ejerce control sin necesariamente conocer algo que comprometa nuestra privacidad como individuos, al grado que tiene acceso a los dispositivos que usamos para mediar nuestra relación con la vida diaria; las empresas desarrollan algoritmos basados en correlaciones encontradas en grandes conjuntos de información para moldear nuestras oportunidades –nuestra sensación de aquello que se aprecia como posible. No es necesario prohibir o regular aquellos resultados que puedan considerarse indeseables, si pueden ser sólo improbables. No necesitamos ser observados y manipulados para ser sometidos; únicamente debemos ser situados dentro de ciertas dinámicas sociales cuyos resultados se encuentren en rangos que han sido moldeados para considerarse ‘seguros’ por el status quo. No se trata de: “Estoy viendo lo que haces, Juan Sánchez, deja de hacer eso”, sino de “Juan Sánchez encaja en este conjunto de datos, lo que significa que se le debe ofrecer estos precios, estos trabajos, estas pólizas de seguro, estas notificaciones sobre lo que hacen sus amigos, de modo que sea influenciado por estos factores”.

Esta forma de control es indistinta a si creemos o no en ella. No está en nosotros salirnos de esta dinámica o pretender que no existe bajo un escepticismo despierto. Podemos decidir salirnos del juego –guardar el teléfono inteligente en una maleta y evitar cualquier red social, pero esta determinación no va a afectar la infraestructura social en la que estamos inmersos. Cuando mucho, esa abnegación será registrada solamente como una marca de estrafalaria inconformidad. Su único aporte a los esquemas de consumo, sería nuevos signos de rebeldía contra el mercado.

Ya que ha sido factible incrementar su vigilancia, la lógica institucional al respecto ha decidido dar un giro de 180 grados. Lo que los recolectores de información quieren, ya se trate de agencias de gobierno que intentan garantizar estabilidad o entidades comerciales que esperan alcanzar alguna verdad absoluta para dirigirse a sus consumidores, nadie busca información potencialmente incriminadora de un individuo en particular, sino tanta información de banalidades como sea posible, a una escala demográfica. La meta a nivel macro es construir un modelo social de trabajo en materia de datos, de modo que entre más conformismo o indiferencia exista entre nosotros, más vigilancia será necesaria para evaluar apropiadamente estos modelos:

“Con la recolección inteligente de datos a nivel demográfico, las autoridades cuentan con el hecho de que la mayoría de los detalles recabados son inofensivos, ya que en el contexto de actividad no sospechosa o normalizada, las anomalías que vienen con un comportamiento desafiante o que represente una amenaza, se hacen evidentes”.

Dado que la persona promedio establece la pauta estadística de normalidad, ser un ciudadano sumiso hace esencial la vigilancia en lugar de que sea lo contrario. Este grado de vigilancia ya no tiene el propósito de actuar como un instrumento disciplinario, como un modelo panóptico de control social, sino que aspira a formar parte del bullicio de una rutina tecnológicamente mediada. Somos vigilados, no por ser una persona ‘de interés’ sino porque probablemente somos personas absolutamente comunes.

Esta forma de mapeo social no sólo es empleada para la identificación criminal, sino para identificación de oportunidades de mercado. Los patrones de información que indican transiciones en la vida —fallecimientos en la familia, un divorcio, embarazos, la pérdida del empleo, cambio de domicilio y todas aquellas susceptibles a la publicidad—, pueden ser detectadas dentro de un grupo y explotadas dentro de grupos con perfiles estadísticos similares, en un grado ajustado según el nivel de correlación. Desde que esta forma de vigilancia no es particular a algún individuo, si se intenta ocultar la identidad a través de herramientas informáticas, esto no mitiga la intervención que garantiza. Las correlaciones aun dentro de datos anónimos pueden ser usadas para moldear las oportunidades disponibles y para intervenir sobre otras. Bajo estas condiciones, tratar de proteger la privacidad haciendo la información ‘anónima’ se convierte en una táctica irrelevante.

La vigilancia ha intentado convertirse en algo tan ordinario como la misma población a la que intenta documentar. Las redes sociales, teléfonos inteligentes y gadgets deportivos o para usarse en el cuerpo, así como otros engranes y redes ubicuas han hecho de la vigilancia y la participación social un sinónimo. Los dispositivos digitales hacen de nuestras comunicaciones y búsquedas de información algo cada vez más frecuente y eficiente, bajo el costo de conservar un registro de ello. La vigilancia, entonces, se vincula ya no con la sospecha, sino con la atención de proveer. Cada nuevo servicio digital, cuando es codiciado o popular, se convierte en una nueva forma de recolección de datos y crea un nuevo conjunto de normas para evaluar a la población.

Gracias a la actual proliferación de servicios, se ha vuelto cada vez más inconveniente formar parte de cualquier actividad social que no deje algún registro permanente en el servidor privado de alguna corporación, desde comprar algo hasta conversar con amigos en línea, a simplemente caminar por la calle. La conveniencia y conectividad prometida por la tecnología interactiva, normaliza lo que Andrejevic llama “cercado digital”, convirtiendo el espacio común de lo social en un espacio administrado en el que todos estamos enlistados en ‘el trabajo de ser vigilados’, batiendo la información para aquellas entidades que poseen nuestras bases de datos.

La transformación de la conducta social en un valioso meta-producto con datos mercadológicos –ha orientado las tecnologías de la comunicación hacia una acumulación perpetua. Nos convertimos en empleados involuntarios de empresas tecnológicas, produciendo los bienes informáticos para los verdaderos clientes de esas empresas: compañías que pueden procesar dicha información.

Bajo la forma en que la vigilancia está moldeada y disculpada como participación interactiva, experimentamos ésta no tanto como la reducción de nuestra privacidad sino como una sobrecarga de datos: Cada exigencia de más información sobre nosotros viene unida a una generosa provisión de más información para nosotros. Gran parte de la maquinaria para vigilar proporciona cierta retroalimentación; la ilusión de un intercambio justo. Por ejemplo: realizamos una búsqueda en Google —ayudándolo a construir un perfil sobre aquello que nos da curiosidad, sobre cuándo y dónde nos sentimos curiosos—, para ser inmediatamente provistos con un exceso de información, en mayor o menor medida moldeada para provocar una mayor interacción con el motor de búsqueda. Lo que es entonces aprendido sobre nosotros, es re-direccionado hacia nosotros para precisamente formarnos dentro de la conformidad.

Aquellos proveedores del marketing localizado regularmente tratan de hacer pasar este tipo de intrusión y filtros como una suerte de casualidad manufacturada.
Andrejevic cita una serie de ejemplos de furor mercadológico, invitándonos a imaginar un mundo en que los vendedores minoristas saben lo que quieren los consumidores antes de que los consumidores lo sepan, como si esto se tratara de un muy conveniente milagro (ansiado desde hace mucho), en lugar de un espeluznante esfuerzo por limitar la autonomía del consumidor. En el mundo de la identificación de mercado fabricada a partir de las bases de datos, Andrejevic considera que la meta es, en cierto sentido, anticiparse al deseo del consumidor.

Se trata de una meta extraña, dado que el deseo es el medio por el que nos conocemos a nosotros mismos. Al anticipar nuestros deseos, los publicistas y las plataformas publicitarias actúan para desmantelar nuestro sentido individual como aquello que debemos construir activamente, y hacen del deseo algo que experimentamos pasivamente, como un hecho completado en lugar de un incentivo potencialmente incontrolable. En vez de construir el ‘yo’ a través del deseo, experimentamos una sobrecarga de información sobre nosotros y sobre nuestro mundo, lo que convierte la conformación de un ‘yo’ coherente como algo imposible de alcanzar sin ayuda.

El mito sobre el desmantelamiento de la identidad única por parte del “Big Data” ha ayudado a algunos a concluir que la autenticidad ha sido siempre algo imposible –una quimera inventada para sostener la fantasía sobre cómo podemos alcanzar una originalidad artificial… esto es una cosa. En vez de ello, el “Big Data” y las redes sociales resaltan la identidad mediada e incompleta, no para destruir la noción de individualidad sino para abrirnos a cada vez más desesperados intentos de encontrar nuestro ‘yo’ auténtico. Somos persuadidos para experimentar ese ‘yo’ como un producto que podemos consumir; un producto que la vigilancia nos puede proveer.

Entre más se sepa sobre nosotros, mayores son las oportunidades de captar nuestra atención y de abrumarla, lo que nos guía a una mayor dependencia de filtros automáticos y algoritmos; una mayor disposición para permitir que más información sea recogida y almacenada para ayudarnos a sobrellevar todo esto. En lugar de encontrar una resolución –de finalmente descubrir ese auténtico ‘yo’, sólo se acelera el ciclo de una mayor estimulación direccionada. La meta aparente de anticipar el deseo del consumidor y de ubicarla en tiempo real, solamente sirve al propósito de permitir a los consumidores desear otra cosa de forma más rápida.

De tal manera que la vigilancia se vuelve cada vez más omnipresente, experimentamos como confusión nuestro lugar esta ‘matrix’ (lugar que es cada vez más específico y rico en información); vivimos una pérdida de claridad o veracidad sobre el mundo y sobre nosotros mismos. Porque el exceso de información es ‘empujado’ en lugar de ser algo que debamos buscar; siempre se nos recuerda que hay más cosas que conocer que las que podemos asimilar, y que aquello que conocemos es una representación parcial –un constructo. Justo como un escritor desesperado en medio de una disertación, no podemos más que aceptar que no podemos asimilar todo el conocimiento que es posible recabar. Cada nueva pieza de información plantea nuevas preguntas o nos invita a una investigación mayor para contextualizarla adecuadamente.

La vigilancia omnipresente entonces convierte a la saturación de datos un problema de todos. Para resolverlo, se autoriza una mayor vigilancia y técnicas de organización de los datos recogidos cada vez más automatizadas. En varios capítulos sobre mercados y análisis predictivos, neuromarketing y análisis de lenguaje corporal, Andrejevic examina la variedad de nuevos métodos tecnológicos usados para permitir que la información ‘hable por sí misma’. Al filtrar los datos mediante algoritmos, escaneos cerebrales o de mercado, una supuesta verdad no mediada que se encuentra en ellos puede ser descubierta y podemos eludir una escurridiza representación discursiva para pasar directamente a lo real. Entender el por qué de los resultados se vuelve innecesario, en tanto las probabilidades de correlación se mantengan para obtener predicciones precisas.

Esta frenología contemporánea marca el ‘final de la teoría‘ que Chris Anderson popularmente anunció en la multi-citada historia que se publicó en la revista Wired en 2008, donde argumentaba que el método científico es ‘obsoleto’ en esta ‘era del petabyte’ en la que viven los conjuntos de datos masivos. Por la misma razón que los conjuntos del “Big Data” arrojan correlaciones que rebasan nuestra habilidad para explicarlas, la lógica explicativa está siendo reescrita culturalmente. Como lo indica Andrejevic, “Una era de saturación informativa coincide (…) con reconocer reflexivamente la naturaleza construida y parcial de las representaciones”. Los reportes fenomenológicos autorizados se hacen dependientes; vulnerables a las acusaciones de ser sesgados por el hecho de estar incompletos.

La duda sobre lo narrativo recae en lo que Andrejevic llama ‘el derecho posmoderno’, que se basa en la idea de que no únicamente ‘todas las verdades son construidas’ —eje de las críticas del poder que surgieron de la izquierda en las décadas de los 60s y 70s—, sino en que ‘las verdades no son más que construcciones’, con ninguna posibilidad de estar basadas en los hechos o en la explicación causal. Nada es verdad y todo es política. Cualquier conjunto de estándares que pudiera arbitrar entre explicaciones contrarias, es sujeto a un mayor nivel de sesgo. Así que cualquier cosa que no quisiéramos aceptar —como el calentamiento global, la discriminación sexual o racial endémica, desempleo estructural o en realidad cualquier teoría sobre los aspectos de la vida social—, nunca podrá ser suficientemente demostrada y podrá ser siempre descartada como una explicación incompleta –una elaboración sesgada con base en cierta información.

Lo mismo pasa con la verdad sobre el ‘yo’. La vasta cantidad de información sobre nosotros, combinada con las redes sociales que la circulan y archivan, hace difícil que evitemos sentir que cualquier representación parcial de nosotros no es la verdad absoluta; que es de alguna forma ‘falsa’ y fácilmente refutable por una mayor información. Desarrollar una narrativa personal o historia de vida, puede apreciarse como inútil y obsoleto o inefectivo respecto a lo que el sociólogo Erving Goffman llama ‘gestión frente al público’, ya que puede comprobarse como incompleta. En lugar de hacer esto, podemos optar por estrategias de manejo de información –algoritmos y recomendaciones provenientes de la red y análisis predictivos, para no solamente entender el mundo, sino para entendernos a nosotros mismos. Esto nos permitiría “eludir o anular el problema de comprensión y de entendimiento de las formas de representación discursiva y narrativa de las que depende”.

La duda individual sobre ser capaz de procesar toda la información como individuo (provocada por las entidades mediáticas capaces de saturarnos con información aparentemente relevante para nosotros), provoca un sometimiento a los mecanismos que sí son capaces de procesarla. En lugar de plantear una historia de vida dudosa, distorsionada e inauténtica para darle sentido a nuestras decisiones, podemos optar por algo que supuestamente no puede ser falsificado: la información. El “Big Data” se beneficia de persuadirnos que somos los menos confiables procesadores de información sobre nosotros mismos. El grado en el que creemos que nuestras historias de vida no son confiables —para otras personas y para nosotros mismos—, es el grado en que voluntariamente damos más información personal a los recolectores de información para ser procesada.

En la era de la post-verdad, criticar el poder como dominación a través de narrativas ideológicas, cae en una espiral de crítica sobre la crítica, en la que cualquier disputa revela solamente que cualquier cosa es rebatible. Andrejevic propone que los poderes usan el espacio expandido de los medios para devorar cualquier narrativa dominante sobre las alternativas posibles, lo hacen para subrayar la indeterminación de la evidencia al promulgar las interminables narrativas del descrédito… para succionar a la crítica y colocarla en el caos, y así resaltar la contingencia, la indeterminación y —finalmente—, la impotencia de la ‘supuesta verdad’ frente al poder. Quien sea que tenga poder, no podrá ser desafiado con argumentos racionales que no sujetos al sesgo por omisión.

En la ausencia de un protocolo acordado para arbitrar entre historias contradictorias, cualquiera podrá sentirse con derecho de defender su propia versión de la verdad, y cualquier ataque empírico de estas ‘verdades’ serán apreciados como ofensa a la autonomía y gusto propios. Andrejevic señala esto cuando discute sobre como Fox News mantiene su cuestionable reputación y credibilidad en las encuestas a consumidores de noticias. Pero estas versiones personales sobre la verdad no están más elaboradas en aislamiento que el gusto musical de cada quien; son más seguramente refracciones del espíritu cultural de la época (o zeitgeist)… un clima emotivo de lo que parece ser la verdad.

Ajustar ese clima emotivo para varios nichos de mercado se convierte en un atajo para el control social: al ajustar el ‘volumen’ de ciertas nociones —por ejemplo, “Obama no es un presidente legítimo”, “la comida orgánica sabe mejor”, “los generadores de empleo están en la cuerda floja por la incertidumbre económica”— pueden significar sabiduría recibida en lugar de afirmaciones dudosas sujetas a la evaluación empírica. Y la recolección ubicua de información y consumo mediático significan que: clases específicas de gustos pueden ser atacados o filtrados para audiencias particulares en esfuerzos direccionados por algoritmos para moldear sentimientos. Si tienen éxito, su afectación podrá ser socialmente esparcida a través de los mismos canales, creando el estado de ánimo adecuado.

Es por esto que desafiar las corrientes ideológicas prevalentes a nivel individual no constituye una resistencia significativa. Ya no somos controlados por medio de explicaciones ideológicas de aprendizaje sobre por qué suceden las cosas, y sobre cómo afectarán nuestro comportamiento. En su lugar, estamos construidos por un conjunto de probabilidades. Un margen de incumplimiento ha sido ya fabricado y puede ser factor de contaminación en un nivel más amplio de las dinámicas sociales, al estar moldeado para un nivel poblacional. Expandir el alcance de la agencia individual no afecta los mecanismos de control habilitados por el “Big Data”; puede, de hecho, que sea un producto derivado de esa eficiente operación de control. Somos aparentemente libres de creer lo que queramos, pero la libertad consiste en elegir una versión auto-elaborada de la Historia, que es invocada por el propósito de defender la lógica individual de la competencia en el mercado.

Desde que el “Big Data” amontona a la gente según las implicaciones estadísticas de sus actos —que nunca se molestarían en conscientemente correlacionar—, lo que a esta gente esencialmente le queda hacer, es hacer lo que les plazca dentro de confines que no pueden percibir. Así que nos podemos sentir liberados de un indeleble encasillamiento, a través de nuestras decisiones como consumidores, al elegir cierto tipo de música o ropa. El conformismo respecto uno mismo no es necesario para la identidad en la era del archivo maleable –de la base de datos generativa.

Justo como lo muestra el reciente estudio de manipulación emotiva hecho por Facebook, las plataformas de las redes sociales buscan redefinir nuestra experiencia del ‘yo’ en los términos que Andrejevic describe “proxies estadísticos para intensidades afectivas”. Las correlaciones dentro de los conjuntos de datos son usados para moldear experiencias (presumiblemente para un uso más satisfactorio), que en respuesta dan retroalimentación al modelo de comportamiento que los administradores esperaban obtener. Una persona nunca sabrá si fue afectada al descubrir que ‘alguien que compró un coche en cierto lugar y que compra una determinada pasta de dientes, tardará más en terminar de pagar la deuda de su tarjeta de crédito’. Aun así, definirá las oportunidades económicas de esa persona y reafirmará su ‘verdad’. Y debido a que los miembros de esos grupos no saben que han sido colocados juntos por razones de control, no podrán brindar la solidaridad necesaria para objetar ese mecanismo de administración. La lógica de la agrupación es diferente a la colectividad —como lo señala Andrejevic—, y puede ser implementada para incidir contra ella.

El “Big Data” promete una política sin política. La confianza necesaria para ratificar narraciones explicativas es desplazada desde el aparentemente intrincado debate entre diversos intereses, y envuelto en una fe en mecanismos cuasi-empíricos. Aun así, la idea de que existe un nivel superior de objetividad en los datos mismos, es en sí un concepto sesgado –una historia que se cuenta para ser cómplice de la acumulación de capital. Si las correlaciones no explicadas son accionables política o comercialmente, en una sociedad capitalista, la utilidad determina que serán implementadas. Las correlaciones que remuneran serán ciertas; las que no, serán descartadas. La utilidad o ganancia se convierte en verdad. Esto es especialmente cierto en la predicción de mercados, en que la verdad es literalmente incentivada. Hacer dinero se vuelve en la única historia convincente para contar.

La denigración de la objetividad, junto con una mayor facilidad para manipular el ambiente emotivo, llevan a un devastador escenario político que Andrejevic destaca:

“Esta asimetría [en el control de las bases de datos] liberaría a los políticos de involucrarse en estrategias de saturación de información (o «infoglut») para el registro discursivo —publicando reportes incesantemente contradictorios, confrontando unos analistas ‘expertos’ con otros en batallas interminables, que no hace más que llenar el tiempo que están al aire, o que tal vez refuerce pre-conceptos—, mientras simultáneamente desarrollan nuevas estrategias para influenciar en el registro afectivo. Los revisores de hechos continuarían su lucha por mantener la supervisión sobre los políticos, basándose en investigaciones detalladas de sus declaraciones, argumentos y evidencia, mientras que los políticos usarían algoritmos contra-informativos para desarrollar mensajes que detonen ansiedad o impulsos con probabilidades acotadas de éxito”.

Lejos de ser neutral u objetiva, la información puede ser acumulada como una herramienta política para implementarse selectivamente, a modo de erradicar la capacidad del ciudadano para participar en actos políticamente decisivos.

Muchos investigadores han señalado que la ‘información en bruto’ se trata de un oxímoron, si no de una mistificación del poder invertida en aquellos que la recaban. Decisiones subjetivas deben ser continuamente realizadas sobre cómo y qué datos son recabados, y sobre el marco interpretativo a usarse para trazar las conexiones entre ellos. Como lo apuntan los sociólogos Kate Crawford y Danah Boyd, el “Big Data” es el tipo de información que alienta la práctica de la apofenia, que es encontrar patrones donde ninguno existe, simplemente porque cuando existen enormes cantidades de datos, éstas pueden ofrecer conexiones que se propagan en todas direcciones.

El tipo de ‘verdades’ que el “Big Data” puede revelar depende en gran medida de lo que aquellos con acceso a base de datos eligen buscar. Este acceso es profundamente asimétrico, anulando cualquier tendencia democratizadora inherente a una mayor apertura a la información en general. En el libro «iSpy: Vigilancia Y Poder En La Era Interactiva» publicado por Andrejevic en 2007, éste argumenta que el monitoreo asimétrico fomenta relaciones de manejo en lugar de relaciones democráticas entre sus componentes. La vigilancia hace de la práctica ‘de hacerse escuchar’ un hecho redundante y anula su vínculo con cualquier intención de comprometerse con una política deliberativa. En su lugar, la política actúa en un nivel colectivo; conducida por instituciones con mejor acceso a bases de datos. Crawford y Boyd señalan que estos conjuntos de información serán abiertos a los investigadores de élite y a las grandes universidades que puedan pagar el acceso, dejando a todos los demás en los límites –incapaces de producir conocimientos ‘reales’. Como resultado, las instituciones con acceso privilegiado tendrán la capacidad de determinar la verdad.

Esto no nada más aplica con los acontecimientos diarios, sino a la identidad. Justo como la política requiere de interminables interacciones con otras personas que no ven las cosas automáticamente como nosotros las vemos, (…) también sucede con el ‘yo’ social. No se trata de algo que declaramos para nosotros mismos como un decreto. Es necesario que negociemos quiénes somos con otras personas para que la idea sea siquiera importante. Solos, somos nadie, sin importar cuánta información consumamos.

En respuesta a esta potencialmente incómoda verdad, seguramente acudiremos a las mismas herramientas que ofrece el “Big Data” para buscar un acceso más simple y directo al ‘yo verdadero’, justo como lo han hecho políticos y empresas. La identidad entonces se convierte en probabilidad –incluso para nosotros. Cesa de ser algo que aprendemos a circular instantáneamente mediante interacciones interpersonales, y se vuelve algo que es simplemente revelado cuando existe suficiente información para simular nuestra futura personalidad constituida por algoritmos. Nos queda entonces sólo actuar sin convicciones particulares mientras esperamos un reporte obtenido de varios motores de búsqueda con recomendaciones sobre quienes realmente somos.

En este sentido, Andrejevic hace eco a Žižek y señala que el “Big Data” incita aquello llamado ‘interpasividad’, en la que nuestra fe en la ideología que gobierna es automatizada; ha sido traspasada al ‘Big Brother’ que profesa nuestras creencias por nosotros y que nos libra de esa responsabilidad a cambio de nuestra complicidad. El rendirse al ‘yo’ fabricado por los procesadores de información y los servicios en línea, se convierte en un producto listo para ser disfrutado en lugar de una conciencia para ser habitada.

La labor de construir nuestra identidad es difícil, dialéctica y requiere no únicamente una continua autocrítica, sino también de estar conscientes del grado en que quienes están alrededor nos moldean en formas que no podemos controlar. Debemos enfrentar a esos otros, luchar por nuestras identidades, estar dispuestos a renunciar a nuestras ideas favoritas sobre nosotros mismos y ser suficientemente vulnerables para convertirnos en algo de lo que aquellos otros ven más claramente sobre nosotros. El peligro es que nos conformaremos con la conveniencia de los atajos tecnológicos y renunciaremos a la obligación de debatir la naturaleza del mundo en el que queremos vivir junto con esos otros.

En lugar de un trabajo colectivo para construir lo social, podemos conformarnos con un ‘timeline’ generado automáticamente mediante entradas algorítmicas que abonen a éste. El análisis de datos puede detectar una correlación entre dos puntos aparentemente fortuitos y potencialmente detonar una ola de comportamiento que no sería explicable de otro modo: ‘inteligencia y comer papas fritas’, como lo señala la investigación de 2012 para el PNAS hecha por Michal Kosinski, Davide Stillwell y Thore Graepel quienes monitorearon Tumblr y Twitter durante el mes de enero. “¡No sé por qué de repente estoy comiendo papas fritas, pero demuestra qué tan inteligente soy!” –los publicistas no necesitan de una lógica plausible para persuadirnos de nuestra inseguridad; tienen la capacidad de permitir la entrada de correlaciones falsas que hablen por ellos con la misma autoridad de la ciencia.

A diferencia del reporte de manipulación hecho por Facebook, los apuntes sobre las papas fritas disfrutaron de un pequeño momento viral, en el que se reblogueó su contenido por ser considerado como valioso por su novedad –con un moderado escepticismo, si es que éste existió. Esto sugiere que el entretenimiento seductor juega con estas inexplicables correlaciones: golpetean un clima emotivo de aburrimiento para esparcir descubrimientos -que de otra forma serían mero sinsentido—, para reconfigurar el comportamiento colectivo. Muy seguramente reiríamos al leer el documento sobre las papas fritas y lo compartiríamos en lugar de ponderar la información nutrimental o de salud que contiene. Nuestro afán por compartir la nota de las papas fritas corresponde con la voluntad de aceptar los hechos como ciertos sin poder siquiera entender por qué lo son. Se trata del incomprensible o “WTF” (What the fuck) que incrementa su alcance y su poder predictivo.

Del mismo modo, el reblogueo caprichoso de pruebas meramente ridículas demuestra cómo optamos por soluciones más ‘entretenidas’ para el problema de la definición del ‘yo’. Si una autopresentación coherente toma en cuenta que necesitamos de los otros y que demanda trabajo y voluntad para enfrentar nuestras limitaciones, colaborar en medio de la vigilancia social y depositar nuestra experiencia personal en cualquier contenedor comercial disponible en línea, se muestra como algo fácil y divertido. Somos felizmente la audiencia, y no los autores de nuestra historia.

Es entonces que el algoritmo se vuelve responsable de nuestra impotencia política, una excusa que nos permite disfrutar sus frutos cuestionables. Al comerciar con narrativas dentro y para el “Big Data”, las emociones quedan desprovistas de una base en cualquier sistema de creencias. No necesitamos una razón para sentir nada, y sentir no sirve como guía confiable para tomar acciones. En su lugar, experimentaremos la fluctuación emotiva de forma pasiva –seremos el público en el espectáculo de nuestra propia vida emocional, que ahora está contenida en una elaboradísima hoja de Excel, y que es actualizada según cambian los datos. No podemos conocernos a nosotros mismos a través de la introspección o interacción social, sino únicamente al encontrar espejos tecnológicos cuyo reflejo es sistemáticamente distorsionado en tiempo real por sus administradores. Esperemos que no nos guste lo que vemos en ellos.

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